viernes, 7 de diciembre de 2007

De las memorias del cardenal Biffi, aparecidas el 31 de octubre último.



Otro ataque del cardenal Biffi al Concilio



En las memorias del cardenal Biffi, aparecidas el 31 de octubre último.


“Juan XXIII soñaba con un Concilio que llegue a la renovación de la Iglesia no por las condenas sino por la “medicina de la misericordia". Absteniéndose de condenar los errores, el Concilio evitaría por lo tanto formular enseñanzas definitivas, vinculantes para todos. En los hechos, por otra parte, siempre se ha atenido a esta indicación inicial.


La razón primera y global de estas indicaciones era la intención declarada de aspirar a un “Concilio pastoral". Todos, en el Vaticano y fuera de él, aparecían contentos y satisfechos con esta calificación.


Por mi parte, desde mi rincón distante, sentía nacer en mi, a pesar mío, un cierto desconcierto. El concepto me parecía ambiguo y encontraba un poco sospecho el énfasis con el cual se asignaba la “pastoralidad" al Concilio en curso. ¿Quizá se quería decir implícitamente que los anteriores Concilios no habían tenido la intención de ser “pastorales” o no lo habían sido suficientemente?


¿No era importante desde el punto de vista pastoral explicar claramente que Jesús de Nazaret era Dios y consubstancial al Padre, como lo había establecido el Concilio de Nicea? ¿El precisar la realidad de la presencia eucarística y la naturaleza sacrificial de la misa, como lo había hecho el Concilio de Trento? ¿Presentar la primado de Pedro en todo su valor y todas sus implicaciones, como lo había enseñado el Concilio Vaticano I?


Se comprende que el objetivo declarado era sobre todo estudiar los mejores medios y las herramientas más eficaces para alcanzar el corazón del hombre, sin por lo tanto disminuir la consideración positiva respecto al magisterio tradicional de la Iglesia.


Pero se corría el riesgo de olvidar que la primera e irreemplazable “misericordia” para la humanidad perdida es, según lo que enseña claramente la Revelación, la "misericordia de la verdad". Una misericordia que no puede ejercerse sin la condena explícita, firme, constante de toda deformación y toda alteración del “depósito” de la fe que debe conservarse.


Alguien hasta podía pensar, imprudentemente, que la redención de los hijos de Adán dependía más de nuestros talentos de adulación y persuasión que de la estrategia con miras a la salvación prevista por el Padre antes de todos los siglos, completamente centrada en el acontecimiento pascual y en su anuncio. Un anuncio “sin los discursos persuasivos de la sabiduría humana” (véase. 1 Corintios 2,4). Durante el período postconciliar, eso no fue sólo un peligro”.

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